Nicholas Roerich  

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Nicholas Roerich (1874 - 1947) fue un pintor y maestro espiritual ruso. Su hijo George fue un reconocido especialista en la cultura del Tíbet, mientras que Svetoslav Roerich eligió los caminos del arte. Junto a su esposa, Helena, fundó la Sociedad Teosófica Agni Yoga. Nacido en la San Petesburgo pre-revolucionaria, vivó alrededor del mundo hasta su fallecimiento en la India. Se formó como artista y abogado, con intereses en la filosofía, la literatura, la arqueología y especialmente el arte.
Sus primeras obras estuvieron influenciadas por los artistas ucranianos de su época. Diseñó diversos escenarios para presentaciones líricas, obras tan maravillosas como polémicas.
En 1920 visitó Nueva York, fundando el Master Institute of the United Arts y uniéndose a varias sociedades teosóficas. A continuación visitó la China, Tíbet, Mongolia antes de instalarse en la India donde fundó el Instituto de Investigaciones del Himalaya. En 1929 fue nominado para recibir el Premio Nobel de la Paz al haber fundado Pax Cultura, la "Cruz Roja" del arte y la cultura. Su trabajo en este área llevó a la creación del Pacto Roerich en 1935, instrumento de protección de la propiedad cultural.
Sus representaciones de los Himalaya, con sus templos perdidos en las alturas inspiraron en Lovecraft los estremecedores paisajes de "At the Mountains of Madness".

Reina del Nilo - por Carmilla  

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"Veo gente muerta..." dijo el niñito a Bruce Willis en la pantalla del cine. Desde una de las últimas butacas una mujer estalló en carcajadas. La risa la hizo doblarse al medio y casi cae al suelo cuando intentó ponerse de pie para abandonar el teatro ante las quejas de los demás espectadores.
Riendo entre dientes recorrió las desiertas calles de El Cairo bajo la luz de la luna. "Veo gente muerta" repitió en cuanto las carcajadas le dieron un respiro "¡como si se pudiera ver otra cosa hoy en día!"
Finalmente alcanzó la puerta de su morada y entró en silencio, a oscuras. "Como me divierten estos mortales..." suspiró mientras se envolvía en su mortaja y se disponía a volver a su sarcófago de oro y lapislázuli.

Reina de Plata - por Carmilla  

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Caía la medianoche y el carruaje cruzaba rápidamente el bosque. No es seguro andar por esas horas al descubierto, mucho menos para una joven hermosa. Los caballos corrían casi sin aliento, el cochero los fustigaba con desesperación y Elizabeth miraba hacia los árboles con recelo. Intuía su presencia, sabía que la seguía de cerca y en su corazón se mezclaban los sentimientos: el miedo, la ansiedad y la pasión.
A lo lejos comenzaron a vislumbrarse las luces de la antigua casa y el cochero sintió cierto alivio. Los caballos también parecieron sentir la cercanía del hogar, cálido y seguro, y aceleraron aún más el galope. Algo en el bosque percibió el cambio y ajustó su paso al de la carreta, cerca, pero no demasiado...
Finalmente llegaron a su destino. Elizabeth descendió del carruaje y se demoró un instante en el umbral, mientras caballos y cochero se retiraban casi tan rápido como habían llegado. La mujer miró hacia el bosque hasta que encontró lo que buscaba. Sus ojos se fijaron en otros y tras musitar un "Buenas noches" entró en la casa.
...
Otra noche que no puedo alcanzarla. La sigo, la observo, la persigo... pero hay algo que me impide acercarme. Podría saltar frente a ella, destrozar con mis manos a sus sirvientes y protectores y apoderarme de su frágil cuerpo casi sin esfuerzo, pero existe algo más fuerte y poderoso que me impide hacerlo.
La agonía es insoportable. Maldigo el día en que tuve que alejarme de ella... Supongo que aún debe odiarme por eso... Y pensar que nos amábamos con toda el alma...
...
Jamás pensé que volvería a verlo tras tantos años. De pronto una noche había desaparecido de mi vida y todo mi amor se transformó en tristeza. Quise morir y esperaba volver a verlo en el Otro Mundo... ¡Y ahora descubro que está vivo!
Lo odio... No, aún lo amo... ¿Por qué vuelve ahora a mi lado? ¿Por qué se fue entonces?
...
Días atrás, Elizabeth paseaba por el bosque. Era una tarde de otoño agradable y soleada. Caminaba sin prestar demasiada atención al camino, hasta que encontró un arroyo. Se sentó en la orilla, jugando con sus pies en la superficie del agua. Cerró sus ojos y dejó que el cálido sol se llevara todas sus penas y le devolviera la alegría a su corazón.
Así, entre dormida y despierta, soñó con las praderas de Escocia, dónde ella y su adorado Angus habían sido tan felices, hasta que una noche de luna, él salió a cazar y nunca regresó. Él era el hombre más maravilloso de la Tierra, fuerte y decidido en la vida, dulce y apasionado cuando la abrazaba.
Pero su ensoñación sería interrumpida por un sonido entre el follaje. La joven se levantó de un salto, enfrentándose a aquello que la había despertado. Un lobo enorme y oscuro se acercaba mostrando los dientes. Elizabeth retrocedió en silencio, uno, dos pasos, hasta que su delicada piel tocó el agua. Estaba atrapada: si la bestia no la mataba, las fuertes corrientes del río lo harían.
Entonces, de la nada, una segunda figura apareció. Parecía un hombre, pero luchaba como una fiera. Se arrojó sobre el lobo y ambos se entremezclaron en una feroz lucha. Aullidos, gruñidos y gritos llenaron el aire, así como la sangre fue cubriendo el piso.
La lucha parecía eterna, hasta que un aullido agónico marcó el final de la contienda. Elizabeth, creyendo que su suerte estaba echada se acercó a los cuerpos, tratando de conocer su destino: debería temer por su vida o agradecer a su salvador? Pero no estaba preparada para lo que encontraría...
Allí, devorando el corazón de la bestia, estaba su amado Angus, o al menos eso creyó Elizabeth antes de perder el conocimiento.
...
Elizabeth, amada mía. Daría lo que fuera por volver el tiempo atrás, por volver a los días felices en las praderas de Escocia, por no haber salido de caza esa noche de Luna. Pero es inútil lamentarse, ya nada puedo hacer... Ni siquiera puedo morir...
Quisiera decirte que nunca he dejado de amarte y que si me alejé, fue para protegerte. Que siempre estaré a tu lado, cuidándote. Que lloré junto a tu ventana cuando tuve que alejarme, te seguí hasta Gales, habito en los bosques de tu familia...
Sé que viste lo que sucedió junto al río y sé que eso me separa aún más de tu lado. Fue un error imperdonable. Preferiría que pienses que he muerto antes de saber que me he convertido en esta bestia.
Quisiera que no me busques... La luna llena se acerca y no responderé de mis actos...
...
Con la luna llena llegará el baile de máscaras en el que mi padre anunciará mi compromiso con Sir Albert. Acepté su proposición, debido a que Albert es un hombre amable y estaba segura de que, con el tiempo, llegaría a amarlo un poco. Podría decir que me ayudó a superar mi pérdida...
Pero ahora todo es distinto. Angus está vivo, no sé si enfermo o loco o lo que sea... vive. Por momentos quisiera encontrarlo, gritarle que aún lo amo, que no me importa qué sucedió y volver a abrazarlo con toda mi alma. Pero temo que vuelva a irse y ya no podría seguir sufriendo.
Con Albert llegará el alivio que mi corazón necesita y comenzaré una nueva vida...
...
La luna ya se alza sobre el horizonte. De a poco siento como el calor comienza a circular por mi cuerpo y mis músculos se estiran y cambian de forma. Trato de mantener mis pensamientos enfocados en otra cosa, para evitar la transformación. El Sol... Elizabeth... mi amor... ¡¡¡Muerte!!!
...
Elizabeth fue recibida en el salón por las exclamaciones de asombro de todos los asistentes. Su magnífico vestido, del color de la luna, hacía que se vea aún más hermosa, una reina cubierta de plata. Detrás de su antifaz, sus ojos encerraban toda la tristeza que aquejaba a su alma.
Albert la esperaba a los pies de la escalera, sonriendo, orgulloso de que esa magnífica dama se convirtiera en su esposa. Unos pasos más atrás, los padres de Elizabeth, abrigaban la esperanza de ver a su hija feliz de nuevo.
De pronto, una de las ventanas estalló en pedazos y una bestia enorme aulló en medio del salón. Era un lobo descomunal, de fauces sangrantes y ojos brillantes. Los hombres corrieron en busca de sus armas y las mujeres, en busca de refugio. Elizabeth descendió la escalera corriendo y se corrió hacia la bestia. Ella conocía esos ojos, los conocía mejor que nadie.
El mundo pareció transformarse alrededor de los dos. Elizabeth no sentía miedo y Angus iba conquistando la conciencia del lobo. El tiempo parecía transcurrir de maneras extrañas y nada de lo que sucedía alrededor los afectaba.
Siguieron acercándose hasta que los dedos de la joven rozaron la piel del lobo. Poco a poco, la bestia se trasformaba y volvía a ser hombre. Existía una esperanza después de todo...
Repentinamente un chasquido y un estallido sacaron a los amantes de su ensueño. Sin pensarlo, Elizabeth se interpuso entre el arma y su amante, a la vez que Angus la abrazaba con fuerza. Los hilos de plata del vestido, destrozados por la bala que cruzaba el cuerpo de la mujer, se infiltraron en la carne del lobo y comenzaron a envenenar su sangre.
Los amantes, agonizando, se abrazaron y se besaron por última vez. "Al fin juntos, vida mía" susurraron y dejaron este mundo para amarse por siempre en el Más Allá.

Reina de Corazones - por Carmilla  

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-Entonces... son dos, tres... ¡Tres conquistas en dos semanas! - Mariana exclamó sorprendida – ¡Eso es un buen número, Sil!
Las chicas rieron divertidas. Quince días atrás, viajando hacia la costa, se desafiaron a robar corazones durante sus vacaciones para coronar, al final de las mismas, a la reina de ese verano.
-No festejen aún, es mi turno... –dijo Andrea poniendo sobre la mesa la caja donde guardaba sus trofeos –¡Cuatro corazones en mi cuenta!
Más risas y “trofeos” que se acumulaban sobre la mesa: ositos de peluche, cartas de amor, flores secas, invitaciones al cine...
Andrea estaba a punto de ser coronada, cuando Julia apareció en la sala, silenciosa, llevando un paquete en sus manos. Las chicas dejaron de reír, casi con desprecio y miraron a Mariana.
-¿Qué querían que hiciera? Mamá insistió en que la traiga – se excusó en voz baja, explicando la presencia allí de su taciturna hermana gemela.
Sin hacer caso al comentario, Julia se acercó a las demás y apoyó su paquete sobre la mesa. Lentamente y con la secreta esperanza de lograr que las demás la respeten, comenzó a desanudar cintas y separar bolsas plásticas. Finalmente llegó a la caja y la abrió.
-Uno... – dijo mostrando su primer trofeo.
El olor era insoportable y las chicas se alejaron asqueadas.
-Dos...
Mariana parpadeó, creyendo estar viviendo una pesadilla.
-Tres...
Andrea ahogó un grito y sintió que sus piernas le fallaban.
-Cuatro...
Silvia no pudo soportarlo y perdió el conocimiento.
-Y cinco. Creo que soy la reina de corazones – concluyó Julia, sonriendo.
Sobre la mesa, cinco corazones, cálidos y aún sangrantes constituían la prueba irrefutable de su soberanía.