La mano tensa del viento del desierto (por Manuel Arduino Pavón)  

Posted by Carmilla in ,

El viento tiene vida en el Desierto. Nos persigue a todas partes.
Rosauro salió a buscar leña en su burro. Cuando había apilado algunos horcones y los había embolsado, quiso cargarlos a la grupa del animal. Pero el viento se los volteó. Conocedor de las mañas del rugidor del Desierto se sacó su pañuelo del cuello y con él trató de enlazarlo y sofrenarlo. Fue una gran batalla. El viento le agarraba el pañuelo y lo tironeaba al viejo y lo hacía caer una y otra vez. Entonces el brujo pronunció las palabras de poder. El viento dudó por un momento y dejó de tirar del pañuelo. El viejo brujo consiguió cargar los leños en el burro.
Después montó. Se puso el pañuelo al cuello y se rió por el insípido poder del enemigo. Pero a medida que avanzaba iba recordando que en su apremio había dicho las palabras de poder al revés. Fue sintiendo náuseas y ahogo, y después una mano tensa apretarle el cogote. Como no le quedaba otra alternativa extrajo la daga y cortó el pañuelo en torno a su cuello. Pero con tan mala fortuna que se produjo una herida, de donde manó sangre. El viento se volvió una nube y la nube un murciélago vertiginoso que se aferró a la herida del viejo.
Rosauro apareció seco sobre su burro. Los trozos del pañuelo fueron a parar lejos. Encima de los ojos tiernos de una criatura, y el viento, que se aprendió las palabras del brujo, las volvió a decir al revés. Dos ojitos negros explotaron bajo el pañuelo, antes de que una joven india se diera cuenta de que la noche había llegado para todos y especialmente para uno los dos.

La Isla (por Gastón Nicolás Flores)  

Posted by Carmilla in ,

En la Isla, los rostros te observan, estés donde estés. Uno sabe que siguen ahí, sin alma pero con una vaga presencia en aquellos ojos hundidos. Miran hacia el mar, pero pueden atravesar tus pensamientos. He intentado acercarme a uno y tocarlo; un temor incierto me paralizó a pocos centímetros de su piel. Incluso de día, el misticismo me invade.
Esos rostros sin sonrisa ni aliento continúan mirando hacia el azul infinitamente profundo, como buscando al dios del mar que les permitió quedarse allí. Pero el dios del mar no despierta, y ellos ignoran a sus creadores, que yacen bajo la tierra. Los gigantes los sobreviven indignamente, pues su nacimiento fue la marca de su destrucción total. Algo debería borrarlos de la superficie de la Isla, pero nada se atreve. Los egipcios se aventuraron a desnudar las negras pirámides, y Napoleón tuvo el coraje de cañonear la Esfinge. Sin embargo, ellos no admiten enemigos en su Isla, y el tiempo, enemigo de todo y de todos, no tiene significado en aquel lugar maldito.
Tal vez por eso muchos creen que han venido de otro mundo. Pero los mundos no son más que excusas para los dioses, y no hay nada que les impida su revancha, ahora o más tarde, aquí o en otro universo que desconocemos.
Es de noche y no puedo dormir. En el cielo, la luna vuela sobre la Isla con enormes y silenciosos pasos. La Cruz del Sur y otras constelaciones son difíciles de localizar en la bruma estelar, y el azul casi negro semeja un gigantesco globo ocular bañado en luz, que mira, invertido, hacia los misterios de los hombres, mientras los hombres escrutan los misterios de los cielos.
Pienso en siglos perdidos y en infinidad de líneas mortales que se cortan e intersectan, formando la trama irregular de la humanidad. ¿Quién puede decir que nuestra esencia fue de una forma u otra, en remotos pasados que ya no tienen huella?
Pienso en seres extraños, con ojos brillantes y mentes milenarias... y puedo imaginar a pequeños hombres tallando obras dignas de dioses. Adoran lo que desconocen, lo adoran porque les llega desde la cúpula de sus sueños, desde donde las estrellas proyectan su magia. Tallan, cortan y esculpen la piedra con inusitada pasión, sin saber qué se esconde detrás de cada golpe de martillo.
En ese momento no puedo hacer otra cosa más que intentar detener su destrucción, pues siento en las estrellas la venida de algo que no debería estar allí. Ellos me ignoran, ríen y hablan en lenguas perdidas. Corro hacia los rostros que se yerguen sobre el verde, y sin temor intento derribarlos. Los nativos gritan, espantados, y huyen hacia el interior de la Isla.
Abro los ojos y estoy mirando el mar. Es de noche, y ahora los siglos corren por mi rostro. A un costado, distingo el cuerpo de alguien que no ha comprendido aquella verdad. Alguien pequeño, de vida ínfima, que no puede ni arañar los temibles misterios de una noche eterna.
Ahora todo tiene sentido, porque el ahora es siempre. Aquello que es infinito me invade, y ya presiento la llegada de la tormenta que nos ha despertado.

La Prisión Estelar (por Fernando J. Ferreyra Prado)  

Posted by Carmilla in ,

El doctor Edward Harrington abrió cuidadosamente el mohoso ejemplar del Grimorium Tenebrii. Buscó con paciencia la página indicada para el traspaso a las dimensiones estelares y encontró el grabado alusivo. Éste mostraba claramente un firmamento de estrellas, distantes entre sí, coronadas por dos soles de enormes dimensiones.
Él ya había intentado realizar el mismo viaje astral mediante otro libro, pero éste no le había otorgado el pasaje total al Conocimiento Único. Ahora, con este ejemplar, pretendía atravesar los límites de todas las dimensiones conocidas para alzarse ante la humanidad toda con el cetro más deseado: el saber total en su máxima expresión.
Ya sabía lo que era cambiar su estructura molecular y perderse entre los átomos más ínfimos para así acelerar su viaje hacia el Todo. Conocía las caras poco amigables que ofrecían los guardianes de cada puerta y lo difícil que era huir de ellos para no resultar apresado en la Nada. Pero este desafío superaba todas sus expectativas anteriores.
Con ayuda de una lupa y de un diccionario esotérico, descifró los símbolos que correspondían a cada uno de los sonidos que debían ser pronunciados inequívoca y ordenadamente para acceder a los cien portales estelares. Los mismos custodiaban la gran ciudad de K’naar, donde se encontraban todos los secretos ocultos.
Pronunció cada sonido con la estridencia necesaria para que las vibraciones correctas comenzaran a despojarlo de su cuerpo y lo llevaran por un tenebroso tour hacia las puertas estelares. De un momento a otro, sintió que una neblina azulenca le obstaculizaba la vista y que un frío polar le invadía su alma. Los guardianes se abalanzaban hacia él con intención de apresarle, pero él conocía los ángulos por donde podía escapar hacia el portal siguiente.
Mientras huía, contemplaba las ardientes estrellas que encerraba cada galaxia, a cuál más rojiza y amenazadora. Su sistema auditivo captaba las insanas melodías que entonaban los informes habitantes de planetas corruptos por la pestilencia y la maldad; eran los mismos que siete mil millones de años atrás gobernaban la Tierra, pero habían sido expulsados hasta tanto no se abrieran nuevamente los portales correspondientes.
Harrington avanzaba a velocidades extremas por entre ángulos dimensionales y galaxias distantes mediante los portales estelares, habiendo dejado atrás a más de cincuenta. Su alma ya no pertenecía a su cuerpo de origen, pero podría regresar con mil formas si obtenía todo el conocimiento en la dimensión de K’naar, donde mora el saber perpetuo. Cuando arribó, después de sortear mil adversidades y entes malignos, se detuvo y espetó la última clave ante la Gran Puerta, la necesaria para poseer todo. E ingresó con avidez, con la enfermiza ambición de abarcar el Universo en su totalidad, el conocido por los seres humanos y los demás existentes.
Allí contempló a las formas más espantosas que ningún ser vivo jamás imaginó. Alrededor de un monolito gris e iluminados por la luz violácea de un sol descomunal, danzaban cien mil guardianes al son de unas estridencias átonas y confusas. Apenas lo vieron, lo rodearon y no lo dejaron escapar. Harrington pronunció todos los conjuros que recordaba, pero ninguno resultó. Allí no tenía escapatoria ni ángulos dimensionales por donde huir. Su alma no halló el Conocimiento Único, pero sí logró comprender dos cosas: que estaba apresado en esa siniestra dimensión por el resto de la Eternidad, y que los guardianes de los portales que había atravesado anteriormente, más que dejarlo escapar, lo habían guiado a los ángulos exactos desde los cuales es imposible el regreso.

El gran golpe (por Alejandro De Falco)  

Posted by Carmilla in , ,

El plan era impecable, perfecto, como siempre. El dato nos lo pasó el “mudito” Paglilla, y eso si que era atípico. Debo admitir que en un principio dudé mucho: demasiado bueno para ser cierto. ¿Una bóveda (nuestra especialidad) debajo de las ruinas de una casa que se incendió hace diez años? Al parecer, los herederos aún estaban peleando sobre quién se quedaría con todo… Y ahí entramos nosotros, dispuestos a aligerarles la carga. Al parecer, el dueño originar era antropólogo y se dedicó a viajar por Egipto. El mudito asegura que volvió con un tremendo tesoro.
Y así fue que estábamos siguiendo el viejo tubo principal de las viejas cloacas vestidos, como corresponde, de operarios de la empresa de aguas, y de ahí, hasta las cloacas de la vieja casa. Desde el punto indicado, nos pusimos a picar y cavar la pared, apuntalando el túnel que empezábamos a hacer. El trabajo requería paciencia, debíamos ser cuidadosos, como siempre, así que nos lo tomamos con calma, acompañados por las ratas, y después de un par de horas de buen progreso, disimulamos la entrada del nuevo boquete y nos fuimos. Y así un par de días más, con calma.
Al último día tuvimos algunos problemas, ya que el bizco quería bajarse. Algo sobre sueños raros y que se yo que más. Tampoco me asombré demasiado, ya que siempre fue muy supersticioso. Volviendo al túnel, tendría que haberme llamado la atención el hecho de que no había, ni se escuchaban, ratas, a diferencia de días pasados. Pero no tardaron en aparecer una vez que destapamos el boquete. Ahí estaban todas, o lo que supongo que eran todas, muertas, llenas de gusanos, y revistiendo el piso, las paredes y el techo del túnel. Parecía que el túnel mismo era una gran garganta de carne que se movía a un ritmo pulsante silencioso impuesto por el movimiento de los gusanos. La última jornada, y alguien se hacía el gracioso, seguramente para adelantársenos. Supuse que el bizco debe haberse vendido. Por suerte el olor aún no era tan insoportable, y estábamos bien equipados. Soy muy previsor, y por eso contábamos con máscaras de gas. Pudimos hacer un espacio y seguir, hasta que nos topamos con una pared de cemento. ¡Habíamos llegado! Pero al entrar, me encontré con lo más raro que había visto jamás: las paredes eran como de un cristal violeta y negro, y parecía pulsar con una ¿luz? interior. También estaban talladas con bajorrelieves muy extraños, que no se describir. En el centro, el tesoro, un baúl dorado con los mismos tipos de relieves, en medio de un símbolo raro en el suelo. El mudito empezó a hacer gestos raros y cánticos a medida que se acercaba. Lo hubiese esperado del bizco, pero de él no. Seguro que algún coleccionista pagaría una buena suma, pero distaba de ser un “gran” tesoro. El gordo no tuvo paciencia y fue directo al baúl, sin hacerle caso al mudito que intentó frenarlo. Supongo que el gordo estaba frustrado, porque le propinó una buena piña en la cara al mudito y lo dejó tendido, y realmente mudo por un rato mientras intentaba volver a tener aire. Veía que puso cara de terror y al seguir su vista vi que el gordo abrió el baúl… y como que empezaba a derretirse mientras una cosa negra e informe que salió de ahí lo iba envolviendo, absorbiendo su forma. No tardó nada, y seguía saliendo, con la cara del gordo impresa en eso, con un rostro… sonriente y feliz, pero desencajado por la locura, de tanta felicidad. Salí corriendo enseguida, dejando al mudo atrás. Quizás se contentaba con el mudo, pensaba mientras lo oía gritar pidiéndome ayuda. Pero fue más rápido que el mudo. Y más rápido que yo. Ahora, estamos a punto de salir, el gordo, el mudo, yo, Él, todos uno, para consumir (dar felicidad) al mundo…

El Legado (por Sergio García Alzola)  

Posted by Carmilla in ,

Desconocido: si en algo valoras tu existencia, no hagas omisión de estas palabras. Hace unas horas nomás creí tener toda una vida por delante; ahora tan sólo confío en contar con unos instantes como para poder referir mi historia.
Provengo de una familia de larga prosapia pero en total decadencia desde que mi abuelo decidiera desaparecer en pos de una peregrina búsqueda espiritual. Ya no cuento con padres ni hermanos y tendría que sacudir mucho al árbol genealógico como para que caiga un pariente lejano. Estoy solo y vivo en la ultima posesión familiar, una antiquísima casona derruida,
Como dije, hace una horas nomás el transcurrir de mi vida me llevaba rumbo al trabajo, cuando en plena calle me interceptó una sombra cubierta con un largo capote. Pronunció mi nombre en tono de pregunta. Asentí y apareció una de sus manos esgrimiendo un sobre. Lo tomé y proseguí mi camino. No pensé en alterar mi rutina pero, como si a mis espaldas ardiera el fuego de Sodoma, no pude evitar voltear para ver. Y lo abrí.
En su interior sólo figuraba el nombre de un banco y una llave que presumí era de una caja de seguridad. No podría detallar con claridad todos mis siguientes pasos, pero recuerdo caminar por las calles del distrito bancario hasta un edificio de piedra, que daba la impresión de la solidez de las pirámides, con un nombre grabado en su frontispicio:”Banco de Ginebra”. La siguiente imagen que tengo, me ubica frente la caja de seguridad ya abierta . En su interior se halla un paquete envuelto en papel madera e hilo sisal, con una leyenda en su frente: “Propiedad de ...–el nombre de mi abuelo- Sólo para ser abierto por alguno de sus parientes”.
Y bien, el único que cumplía ese requisito era yo. Allí mismo corté el hilo y rasgué el papel. Me encontré con un cofre de fina madera, excelente hechura y extraños grabados en su tapa. Por más que me esforcé no logré reconocer caligrafía humana alguna en ellos. En su interior sí encontré algo legible: unas cientos de hojas sueltas, amarillentas y quebradizas. La primera de ellas sólo decía “Manuscritos Pnakóticos”.
Decidí volver a casa. Se me plantearon interrogantes de tal magnitud que abandoné toda la rutina de mi vida. Había encontrado un legado que despertó en mí una ancestral curiosidad, sin duda la misma que llevó a mi abuelo a su desconocida aventura. ¡Cuánto entusiasmo! ¡Cuánta expectativa! ¡Cuánta emoción se derramó sobre mí encendiendo mi opaca existencia!
Ya en casa, acometí la lectura. El buen romance en el que estaba redactado el manuscrito facilitaba la tarea. La portentosa historia que narraba fue nublando poco a poco mi entendimiento –creo- por eso no sé como llegué hasta aquí. Estoy encerrado en un habitáculo muy estrecho y oscuro. Apenas una línea de malsana luz se aprecia por debajo de la puerta. Del otro lado sólo se escucha algún chirrido y una agonizante voz que suplica por su fin. No me pregunten cómo, pero sé que es la voz de mi abuelo.
Algo en esas hojas está prohibido para los humanos. Algo en esa lectura nos presenta indefensos frente a seres de inverosímil presencia. Tarde comprendí que la ignorancia es nuestro único antídoto ante ellos. Yo ya no lo tengo, creo que éste es el verdadero legado. Detrás de la puerta los quejidos se apagan. Si tengo suerte, moriré pronto. Ya vienen por mi.

Selló la tumba - Juan Pablo Pérez López  

Posted by Carmilla in , , ,

La noche se había cubierto de una gasa densa de rocío. Las pobres luces de la aldea preñaban la niebla de un matiz azafranado, mortecino. Las calles rugían el silencio de la soledad. Creí percibir una sombra siguiendo mi estela. Las persianas de las ventanas aledañas se cerraron. Se abría a la verdad la maldición que relataban los lugareños a la luz temblona de las fogatas durante las largas noches de invierno. Fuego y palabras para espantar la bestia. Me sentí solo; acariciado por la mano trémula de un viento huraño, frío y escurridizo. Mis pasos cada vez pesaban más; mis piernas, reconvertidas con densidad de plomo, impedían una rápida huida. Sentí su aliento ácido resoplando sobre mi nuca. Giré con rapidez para encontrarme con mi sombra huyendo de mi imaginación. Pero él estaba allí. Lo presentía; agazapado; desarrollaba la liturgia propia de quien se cree fuerte y seguro ante la debilidad manifiesta de su presa. Yo caminaba despacio, con el sentido del oído en estado de máxima alerta. Mínima valentía. Los ruidos broncos de la noche eran sutiles arañazos para mi ánimo. Creí tenerlo pegado a mi espalda. Corté en seco mi respirar. Los vellos de mi piel se erizaron, puntiagudos para tragar cualquier descomposición sensorial de mi entorno. Cerré los ojos para concentrarme mejor. Un manto de miedo cayó sobre mi cuerpo, besando mis labios amoratados por el gélido fulgor de su presencia terrorífica. Soledad rota por las campanadas del reloj del ayuntamiento. Altas horas de la madrugada para transitar en malas compañías. Ecos de pasos, zarpazos sobre las losas de pizarra del suelo, gris y brillante por la humedad. Húmedos mis ojos; sudor frío recorriendo mi rostro desencajado. Su hedor se me mostró cristalino. Sabía que estaba cerca. Inicié una larga carrera por las cortas calles que conducían a mi fatal destino. Sin escapatoria, me susurraba la brisa helada y cargada de vaho. Mi exhalación entrecortada lanzaba suspiros, alientos que no ansiaban ser los últimos. Llegué a casa. La puerta estaba cerrada a cal y canto. La llave, temblorosa en los estertores de mi mano, no encontraba puerto para girar. ¡Al fin! Pero ya es tarde. Soy su presa. Me arrastra por la cabellera. Soy suyo. Pelaje pardo oscuro. Hocico chorreante de mucosidades y baboso; gotas de gelatina acre sobre mi cara. Sus ojos de un negro azulado, estaban envueltos en un aura rojiza. Dentadura verdosa, salpicada de lascas negras y sanguinolentas, enarbolaban desafiantes en su encía amoratada. Aliento exánime. Sobre su lomo escaras purulentas y vejigas verdosas. Rematando su cuerpo una cola de escarpias terminada en púas. El golpe fue certero. Me desgarró un brazo, dejando al descubierto parte de mi hueso. Su segundo envite destrozó mi muslo, llevándose en sus uñas, de cera endurecida y amarillenta, jirones de mi carne que se acercó a la boca con avidez. Su lengua lamía mi cara. Mordió mi nariz, dejándome sin buena parte de ella. Lanzó brutales dentelladas sobre mi cuero cabelludo, formando emplastes de sangre y jugos corporales. Cuando desperté me encontraba sobre la lapida de un sepulcro del cementerio. Las caras de las estatuas de mármol blanco reían en frenesí. Me miraban con ojos desencajados. La losa cedió y de ella surgió la zarpa huesuda, sarmientos tétricos con dedos nudosos y garras retorcidas. Mis heridas impedían la huida. Sentí el frío de la muerte sobre mi tobillo y antes de que pudiera gritar, fui arrastrado al interior del panteón. Allí me esperaba el ataúd. Destapado, me otorgaba una tétrica bienvenida. En su interior el cadáver presentaba una muerte dulcificada. Persistía incólume. El paso del tiempo no fraguó deterioro sobre él. Frente a frente muerte intacta y vida achicada. Traté de eludirla. Abrió sus ojos. Me abrazo. Sus labios azulados se posaron sobre los míos. De su boca el efluvio sombrío entrelazó mi cuerpo por dentro al colarse por mi nariz, por mis orejas… por mi boca de gritos mudos. Ella cobraba su amor. Siempre me amó, vivió silenciando mis palizas, mis celos. Yo la maté, ella me llevó. La bestia selló la tumba.

El juego - Santiago Raúl Repetto  

Posted by Carmilla in , ,

Debo mi afición por las historias de miedo a mi hermano mayor, Daniel.
Mucho antes de que yo supiera leer, él ya se había encargado de instruirme en los mitos de Cthulhu, los entierros prematuros y otras miles de historias en las que desfilaban, bañados en sangre, diversos monstruos, zombies y demonios.
En la habitación que compartíamos, la noche nos sorprendía siempre en la misma situación: él contándome cuentos espeluznantes y yo escuchándolo, aterrado, pero feliz.
Cuando cumplí nueve años propuse un juego: después de que yo apagara la luz, él tendría que lograr con sus historias que yo me asustara tanto como para prenderla nuevamente. Demás está decir que siempre terminábamos de la misma forma:
Cuando yo no soportaba más sus relatos de bebés jugando con cristales rotos (y cosas por el estilo), prendía la luz y me pasaba a su cama, buscando protección y el final del cuento.
Con el tiempo, perfeccioné las reglas de la competencia. Empecé por dejar a mi albedrío la elección del tema sobre el que versaría el relato de turno. Las cosas más absurdas que se me ocurrían fueron propuestas a mi hermano, pero él siempre se encargaba de transformar tostadores, patos y canastos en pavorosos elementos para sus siempre efectivas historias.
Buscando nuevos obstáculos para su tarea, empecé a reducir arbitrariamente el número de palabras que el podría utilizar para su eventual relato.
100 palabras.
80.
50.
Invariablemente, 2 ó 3 palabras antes del final, la habitación se iluminaba.
Llegué al extremo absurdo de reglamentar que sólo podría usar una palabra: el susurro que cruzó esa noche aún me hace erizar la piel y jamás podré pronunciar esas 7 letras de nuevo.
Mi última opción fue, a la noche siguiente, censurarlo por completo: su historia no podría tener ninguna palabra.
Antes de apagar la luz lo miré, buscando en su cara algún vestigio de desesperanza, pero no pude ver ninguna emoción en su inescrutable rostro.
Una vez a oscuras, me recosté en mi cama, dándole la espalda. Satisfecho por mi segura victoria ante su obvio silencio, empecé a cruzar el umbral del sueño, pero bajo el marco efímero fui detenido por una serie de imágenes:
Mi mamá rezando a mi lado, dándome el beso de las buenas noches y siempre marchándose sin besar a Daniel.
El viejo árbol de navidad, los zapatos para los reyes, y un solo regalo.
Ya totalmente despierto, traté de recordar a mi hermano en otro escenario que no fuera la habitación.
No pude.
Con la adrenalina corriendo desbocada por mi cuerpo, intenté tragar saliva, pero sentí mi boca como si estuviera llena de cabellos.
Me di vuelta para sentarme en la cama y busqué el interruptor de la única lámpara que había en la habitación.
La luz trajo la ignominiosa verdad de una pared desnuda y una ridícula alfombra de lana.
Con un alarido inhumano cruzado en mi garganta, descubrí que Daniel no existía... y que me había ganado.

Carne de perro - Elena del Hoyo  

Posted by Carmilla in , ,

El ratón se ha metido en el túnel para buscar alguna raíz que comer protegido por la oscuridad y la estrechez del lugar, pero la rata lo sabe. Caza al ratón y lo devora. Empieza a comérselo aún vivo, royéndole las patas y los cuartos traseros, hasta que el ratón muere. Pero el gato de orejas grises también sabe que en el túnel encontrará ratas y ratones, así que espera, sigiloso, a que la rata salga de la oscuridad húmeda del túnel a la oscuridad de la luna, y entonces salta sobre la sombra gris. Lo que no espera el gato es que hoy ronden por aquí los perros salvajes. Han venido por casualidad, pero le han olido. El gato intenta escabullirse demasiado tarde y es despedazado por la jauría asilvestrada con la cola de la rata balanceándose aún en su boca.

Una furgoneta en punto muerto se acerca hasta la boca del túnel. De ella bajan dos hombres armados con escopetas y redes; algunos perros gruñen, aúllan, ladran, otros alcanzan a escapar y tras una breve refriega el lugar queda desierto y en silencio.

La furgoneta hace su descarga diaria en la puerta trasera del Hotel, la de la cocina. Hoy, en el Hotel, el Ministerio agasaja a una nueva Delegación extranjera con lo que consideran el más selecto de los manjares, y les van explicando: razas, tipos de preparación, -con col, con soja, con pimientos- mientras les dan los trozos de carne blanca de perro alimentado con gato, con rata, con ratón. Comen, y con el último bocado, alguno de los miembros de la Delegación -y también alguno de los funcionarios del Ministerio- siente deslizándose por su piel la mirada de unos ojos invisibles que acechan en la oscuridad…

El Libro - Sebastián L. Velo  

Posted by Carmilla in , ,

“...das Naturrecht oder...si estás leyendo estas líneas, debo decirte que ya es demasiado tarde. En realidad, mi consejo sería que cierres el libro en forma inmediata y corras lo más rápido posible escaleras abajo. Pero como ya habrás notado te es imposible separar tus manos del libro. No deberías haber tomado esa circunstancia como producto de la fascinación por las antiguas fórmulas mágicas que estabas leyendo hasta hace un momento. De hecho, si lo intentas (y puedo asegurarte que lo intentarás) verás que no puedes moverte. La única ayuda que puedo ofrecerte, es darte una pequeña explicación de lo que te está ocurriendo. El libro que sostienes, y por el que con seguridad tanto has buscado en bibliotecas privadas, en librerías ocultas en calles ignotas de ciudades antiguas, en mercados del Medio Oriente, te ha atrapado. Yo mismo lo busqué durante años con una tenacidad rayana en la obsesión y cuando finalmente logré encontrarlo, lo traje aquí, a esta casa que perteneciera a mi familia durante generaciones, para dedicar el resto de mis días al estudio de sus invocaciones y encantamientos. Así, a medida que me adentraba en los conocimientos arcanos que encierra, el libro se convirtió en mi única razón de existencia. Poco a poco las horas de estudio interrumpido se transformaron en días, en meses, en años. Los pocos amigos que tenía intentaron en vano sacarme del ostracismo, pero al ver que todos sus esfuerzos eran infructuosos optaron por dejarme solo. Uno a uno despedí a los criados que mantenían la enorme casa, debido a que cada vez utilizaba menos sectores de esta mansión, hasta que quedé solo. Finalmente, luego de años de estudio, comprendí que mi vida –toda vida humana- resultaría demasiado corta para intentar abarcar todo el conocimiento contenido en el libro. Desesperado ante la cercanía de la muerte, ante la seguridad de que aún quedaban secretos por develar y temiendo por el futuro del libro, redoblé mis esfuerzos en desentrañar sus más oscuros enigmas. Aún recuerdo esas interminables noches (¿o eran días?) de lectura y experimentación, torturado por las imágenes de mis supuestos herederos, entrando felices en la casa, recorriendo los amplios salones con una sonrisa de satisfacción, que encontrarían el libro y lo venderían como antigüedad por un precio ruin, incapaces siquiera de sospechar su verdadera naturaleza. No podía permitir que el trabajo de tantos años se perdiera por una mera imposición biológica, ¿cómo aceptar que el hombre está condenado a morir, como lo hacen las bestias de la tierra, las aves y los peces?. Fueron los años más difíciles, y donde más de una vez me maldije a mí mismo y al borde la locura observé como mis fuerzas me abandonaban, donde pensé en destruir el libro y así evitar que cayera en otras manos que no fueran las mías. Sin embargo, y cuando ya había perdido toda esperanza, el libro me aceptó...comprendí que el mayor secreto que guardaba era que podía ser parte de él, convertirme en él, ser él....y así vivir por siempre. El libro se convirtió en mi hogar, mi mundo, mi vida. Sin embargo (ninguna felicidad es completa) al poco tiempo comprendí que necesitaba alimentarme, que mi “cuerpo” no encontraba sustento. Nuevamente, el terror y la desesperación se apoderaron de mí, no ya por temor a la muerte, sino a sufrir un hambre interminable, una agonía eterna, una tortura desconocida por cualquier ser humano. El hambre atroz destruyó mi espíritu y sumió a mi cerebro en la oscuridad. Las imposiciones biológicas me habían atrapado otra vez... Aborrecí de la naturaleza del hombre, de la dualidad de bestia y genio, enloquecí y finalmente esperé....Esperé a que alguien me encontrara, me leyera y me alimentara.....”

El Fantasma - Manuel Martinez Marí (Hesperio)  

Posted by Carmilla in , ,

El hombre estaba acostado en la cama, soportando el mismo tormento de todas las noches: el cuarto de baño goteaba con un clic-clic continuo, algún objeto caía al suelo, una puerta chirriaba... escuchaba murmullos que al principio atribuyó al viento o a las voces de los vecinos; sonaban pasos a medianoche, que él quería atribuir a los vecinos de arriba. Algunas veces, ya en la claridad del día, echaba de menos algunos objetos, misteriosamente desaparecidos por la noche, o aparecían cambiados de sitio. Llevaba seis meses viviendo en esa vieja casa desde que se separó de su mujer, y ya había decidido mudarse, pero aún tendría que soportar esa noche en aquella casa maldita.
El hombre se durmió, pero le despertó la dichosa vejiga, sentía ganas de hacer pis. “No, decididamente no, -pensaba- esperaré a que amanezca, no debe faltar mucho.” El hombre miró su reloj, las tres y media de la madrugada, creía que serían al menos las cinco. Intentó dormirse, pero la vejiga le estallaba. Cansado de soportarlo, se incorporó y encendió la luz; se sintió mejor cuando la claridad liberó su cuarto de tinieblas. El viento murmuraba sobre las ventanas, afuera maullaba un gato, un coche pasaba por la calle, pero el sonido más fuerte, más insistente, era ese goteo infernal que provenía del cuarto de baño.
El hombre salió al pasillo, iba despacio, temeroso de cada sombra que se deslizaba en esa opaca oscuridad. Al fondo una oscuridad más gris señalaba el cuarto de baño, donde entraba una lívida luz del exterior. Aquel sitio olía a humedad ponzoñosa y malsana, y el clic-clic persistente le ponía nervioso. Impulsado por su propia urgencia, el hombre olvidó su miedo, se metió en el baño y abrió rápidamente la tapa del water, aliviándose a gusto.
Sólo después sintió aquella humedad de baño más opresiva y fría que nunca, el suelo estaba encharcado, y notaba un olor nauseabundo. Salió al pasillo, recorría aquel oscuro espacio como alguien que tuviese que pasar por un camino plagado de tarántulas y escorpiones. Las sombras se le hacían opresivas, casi sólidas. Un reguero de agua iba desde el baño hasta su habitación, antes no lo había visto. Al fondo la luz, la seguridad de su habitación, y corrió hacia su cuarto como un náufrago que encontrase la isla donde refugiarse.
Entonces advino el horror máximo. Allí, en su misma cama, había alguien tumbado, la sangre se le congeló en las venas... ¡Ese hombre era él mismo! Inmóvil de horror, contempló a su doble yaciendo en su cama; algo le distinguía de él, aquello estaba mojado, y de su cuerpo en pijama le chorreaba agua, las gotas caían incesantes al suelo, clic-clic... Durante noches interminables había esperado que apareciese por fin el fantasma, pero lo imaginaba como una sombra en la oscuridad, no transformado en esa obscenidad irreal. Pero ya era tarde para escapar, su doble se había levantado y lo miraba a los ojos, era como verse en un espejo. Una sonrisa de malignidad no humana se dibujó en el rostro de aquel ser, y de su boca no cesaban de manar gotas de agua. El hombre retrocedió fuera de la habitación, se sintió entonces atrapado en medio de una perversa oscuridad congelada, sus fuerzas se le salían del cuerpo, cayó al suelo, sudaba en goteos incesantes, lentamente se iba licuando, y lo que había sido sólido soporte corporal iba desapareciendo, tragado por la oscuridad.

Howard (por Spawn)  

Posted by Carmilla in ,

-¡Pero si murió hace más de medio siglo! – pensaba Munch para sus adentros.

Se había despertado bañado en sudor, y con un dolor de cabeza increíble.

La misma pesadilla otra vez.

Sabía que no podía ser cierto (aunque el sueño era tan real como para dejarle algunos cortes en los brazos y la espalda).

Reconocía perfectamente a la figura que lo perseguía a través de los pantanos. Lo había conocido a través de sus libros y había profundizado sobre su historia desde hacía muchos años. Podría decirse que lo admiraba.

Pero, ¿qué diablos estaba pasando?

Lo había comentado con su analista y éste lo había atribuido a su gran fascinación por el hombre. Una fascinación que había llevado a su mente a somatizarlo de una manera muy peligrosa, según dijo; agregando que su mejoría sería un proceso largo y hasta doloroso en ocasiones. Una maravilla de optimismo.

Se decidió a comentarlo al grupo de seguidores del hombre al que pertenecía. – alguien, tal vez, haya sufrido de lo mismo y no se anima a expresarlo – pensó. Desechó la idea enseguida. Seguramente lo tildarían de loco.

No podía apartar las imágenes de su mente. Los ojos, el cuchillo.

El reloj marcaba la medianoche. Optó por tratar de conciliar el sueño nuevamente. Y el sueño llegó, pero no solo.

Estaba en una casa, no había ventanas. Algo se movía fuera de ella.

Se había acurrucado en una esquina, petrificado por el miedo.

Pasaron horas, tal vez días.

En algún momento, los sonidos fuera de la casa habían cesado.

Despacio, se incorporó. –Debo despertarme – pensaba.

Recordó un viejo truco que le había enseñado su madre cuando pequeño. En aquella época también soñaba, no recordaba qué, pero tampoco era bueno. ¡Si hasta mojaba la cama de vez en cuando!

- Enfréntalos – había dicho. – Cuando lo hagas, inmediatamente te despertarás.

Aturdido aún, se levantó y avanzó hacia la puerta.

Tomó la perilla y, buscando aire, salió.

Estaba en un cementerio.

Se encomendó, y comenzó a caminar.

Algo se movió detrás suyo. Con las sienes latiendo, giró. (madre, espero que tengas razón)

Parado sobre una tumba estaba Howard. Sonreía, y el cuchillo brillaba en su mano.

Supo que sería la última pesadilla aún antes de que cayera sobre él.

Profundos de Cthulhu  

Posted by Carmilla in ,


Empezamos el 2007 con esta magnífica ilustración de Arien.
Acá va una breve biografía en sus propias palabras...

Nací en Mar del Plata, Argentina, en junio de 1982, donde vivo actualmente. En la escuela secundaria, escogí la especialidad de Humanidades, y luego me recibí con el título de Ilustrador Profesional en las Escuela de Artes Visuales Martín Malharro. He participado en varias muestras de ilustración, pero también disfruto mucho la lectura, siendo mis géneros favoritos la fantasía y la ciencia ficción

Qué tengan un excelente año!