Selló la tumba - Juan Pablo Pérez López  

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La noche se había cubierto de una gasa densa de rocío. Las pobres luces de la aldea preñaban la niebla de un matiz azafranado, mortecino. Las calles rugían el silencio de la soledad. Creí percibir una sombra siguiendo mi estela. Las persianas de las ventanas aledañas se cerraron. Se abría a la verdad la maldición que relataban los lugareños a la luz temblona de las fogatas durante las largas noches de invierno. Fuego y palabras para espantar la bestia. Me sentí solo; acariciado por la mano trémula de un viento huraño, frío y escurridizo. Mis pasos cada vez pesaban más; mis piernas, reconvertidas con densidad de plomo, impedían una rápida huida. Sentí su aliento ácido resoplando sobre mi nuca. Giré con rapidez para encontrarme con mi sombra huyendo de mi imaginación. Pero él estaba allí. Lo presentía; agazapado; desarrollaba la liturgia propia de quien se cree fuerte y seguro ante la debilidad manifiesta de su presa. Yo caminaba despacio, con el sentido del oído en estado de máxima alerta. Mínima valentía. Los ruidos broncos de la noche eran sutiles arañazos para mi ánimo. Creí tenerlo pegado a mi espalda. Corté en seco mi respirar. Los vellos de mi piel se erizaron, puntiagudos para tragar cualquier descomposición sensorial de mi entorno. Cerré los ojos para concentrarme mejor. Un manto de miedo cayó sobre mi cuerpo, besando mis labios amoratados por el gélido fulgor de su presencia terrorífica. Soledad rota por las campanadas del reloj del ayuntamiento. Altas horas de la madrugada para transitar en malas compañías. Ecos de pasos, zarpazos sobre las losas de pizarra del suelo, gris y brillante por la humedad. Húmedos mis ojos; sudor frío recorriendo mi rostro desencajado. Su hedor se me mostró cristalino. Sabía que estaba cerca. Inicié una larga carrera por las cortas calles que conducían a mi fatal destino. Sin escapatoria, me susurraba la brisa helada y cargada de vaho. Mi exhalación entrecortada lanzaba suspiros, alientos que no ansiaban ser los últimos. Llegué a casa. La puerta estaba cerrada a cal y canto. La llave, temblorosa en los estertores de mi mano, no encontraba puerto para girar. ¡Al fin! Pero ya es tarde. Soy su presa. Me arrastra por la cabellera. Soy suyo. Pelaje pardo oscuro. Hocico chorreante de mucosidades y baboso; gotas de gelatina acre sobre mi cara. Sus ojos de un negro azulado, estaban envueltos en un aura rojiza. Dentadura verdosa, salpicada de lascas negras y sanguinolentas, enarbolaban desafiantes en su encía amoratada. Aliento exánime. Sobre su lomo escaras purulentas y vejigas verdosas. Rematando su cuerpo una cola de escarpias terminada en púas. El golpe fue certero. Me desgarró un brazo, dejando al descubierto parte de mi hueso. Su segundo envite destrozó mi muslo, llevándose en sus uñas, de cera endurecida y amarillenta, jirones de mi carne que se acercó a la boca con avidez. Su lengua lamía mi cara. Mordió mi nariz, dejándome sin buena parte de ella. Lanzó brutales dentelladas sobre mi cuero cabelludo, formando emplastes de sangre y jugos corporales. Cuando desperté me encontraba sobre la lapida de un sepulcro del cementerio. Las caras de las estatuas de mármol blanco reían en frenesí. Me miraban con ojos desencajados. La losa cedió y de ella surgió la zarpa huesuda, sarmientos tétricos con dedos nudosos y garras retorcidas. Mis heridas impedían la huida. Sentí el frío de la muerte sobre mi tobillo y antes de que pudiera gritar, fui arrastrado al interior del panteón. Allí me esperaba el ataúd. Destapado, me otorgaba una tétrica bienvenida. En su interior el cadáver presentaba una muerte dulcificada. Persistía incólume. El paso del tiempo no fraguó deterioro sobre él. Frente a frente muerte intacta y vida achicada. Traté de eludirla. Abrió sus ojos. Me abrazo. Sus labios azulados se posaron sobre los míos. De su boca el efluvio sombrío entrelazó mi cuerpo por dentro al colarse por mi nariz, por mis orejas… por mi boca de gritos mudos. Ella cobraba su amor. Siempre me amó, vivió silenciando mis palizas, mis celos. Yo la maté, ella me llevó. La bestia selló la tumba.

This entry was posted on sábado, julio 21, 2007 at 5:41 p. m. and is filed under , , , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

1 comentarios

Hola, primera vezque visitotu blog,estaba buscando información sobre Lovecraft,ayer compre en "Camelot" una historieta con siete cuentos de Lovecraft,se llama "El Grimorio Maldito", y buscando encontre tu blog, esta genial...

Muaaaa.

9/27/2007 4:32 a. m.

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